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El presidente Gustavo Petro ordenó un aumento del 23,8% en el salario mínimo en 2026. Los 2,4 millones de empleados del país reciben un salario mínimo de P2 millones por mes, que incluye P249.095 en asistencia de transporte. Este es el aumento más alto en la historia del país e incluso supera los aumentos de 2022, 2023 y 2024, que fueron del 13%, 9% y 5% respectivamente. Petro anunció la noticia el lunes en un discurso pregrabado, en el que explicó que el aumento de este año “se basa en los estándares internacionales para un salario digno”.

“El salario o los importantes ingresos de la familia no son personales, porque el trabajador medio no vive solo”, dijeron en un discurso el presidente, el ministro de Trabajo, Antonio Sanguino, y su hija menor, Antonella Petro. Agregó que “el salario mínimo garantiza que las familias puedan tener un ingreso mínimo”, lo que significa “nacer con dignidad”. El presidente dijo que estaba buscando un paquete que pudiera acomodar a una familia de tres o cuatro personas, con un promedio de uno o dos trabajadores. Este aumento es muy superior al 16% que exigen los sindicatos del país.

Desde una perspectiva empresarial, el “riesgo de inflación” de Andy es en realidad el telón de fondo más preocupante a corto plazo. El Banco de Colombia espera que la inflación sea del 5% en 2026, por encima del rango meta por sexto año consecutivo, y advirtió que por cada aumento de punto porcentual en el salario mínimo, la inflación y la productividad conducirán a un aumento de 0,06 puntos porcentuales en los precios al consumidor (IPC). Pero el ajuste se ha completado y se espera que los precios más bajos en sectores como los servicios y los alquileres se indexen a principios de este año.

A sólo siete meses de dejar el poder presidencial, este es el último decreto de aumento salarial firmado por Petro antes de las elecciones de mitad de año. El 15 de diciembre el diálogo tripartito fracasó sin acuerdo. La decisión, propuesta por el presidente como una medida de justicia social, llega en un momento en que la economía oscila entre dos fuerzas opuestas: el imperativo político de proteger el poder adquisitivo y el imperativo técnico de frenar la inflación y preservar la estabilidad fiscal. “Esto aumentará el empleo porque habrá más demanda y por tanto más negocio”, concluyó Petro en su discurso.

Esto no está sucediendo en el vacío, sino que el Banco de la República mantiene una postura restrictiva para frenar la inflación, que se ha mantenido en alrededor del 5%, dos puntos porcentuales por encima del objetivo. La tasa de política monetaria actual es del 9,25%, y varios analistas han advertido que si se intensifica la presión alcista, la tasa máxima puede aumentar a más del 10% en 2026. Un informe del Banco de Colombia mostró que los aumentos del salario mínimo muy por encima de la inflación y la productividad obligarían a los emisores a mantener las tasas de interés altas por más tiempo, retrasando los recortes de tasas y encareciendo el crédito para los hogares y las empresas.

Las tensiones entre el gobierno y el banco central han aumentado tras la noticia del nuevo salario mínimo. Estos ataques continuaron durante todo el año, y en la última reunión de 2025, el ministro de Hacienda, Germán Ávila, miembro del Comité de Decisión de Política Monetaria, desestimó los argumentos del gestor de emisores Leonardo Villar para insistir en las tasas de interés vigentes desde abril. Durante la rueda de prensa, Ávila también hizo el sorpresivo anuncio de que declararía el estado de emergencia económica, con Villar luciendo incómodo. Pero el banco central ha mantenido su independencia mientras los mercados internacionales buscan señales de credibilidad en medio de altas presiones fiscales.

El Centro de Análisis Económico ANIF estuvo de acuerdo y advirtió que aumentos excesivos en términos reales del salario mínimo ejercerían presión sobre sectores como la educación, la salud, el transporte o el cuidado personal, y las industrias intensivas en mano de obra. La experiencia reciente lo confirma: desde 2015, el crecimiento del salario mínimo ha sido mayor que la inflación y la productividad, y esta brecha se traduce en precios más altos y expectativas inestables. El impacto no es inmediato, pero sí acumulativo y, a largo plazo, socava el poder adquisitivo que intenta proteger.

Además de esto, el aspecto financiero también se ha visto gravemente dañado. El Banco de Colombia pronostica que para 2026 el déficit del gobierno central representará el 6,5% del PIB y la deuda pública alcanzará el 63,4%. El aumento del salario mínimo aumenta la presión sobre los salarios públicos y los pagos de intereses en un año marcado por retrasos presupuestarios y rigidez del gasto. Los países no sólo enfrentan costos laborales más altos, sino que también tienen que financiarlos en mercados donde la curva de TES sigue siendo alta, lo que encarece las emisiones y prolonga la fragilidad de las cuentas fiscales. Todo esto está sucediendo mientras la estrategia de gestión de la deuda del director de Crédito Público, Javier Cuéllar, intenta frenar el deterioro, pero con cada decisión de ampliar el gasto estructural, su magnitud se reduce.

Un mercado laboral con un desempleo históricamente bajo no está exento de riesgos. El Banco de Colombia predice que el desempleo se mantendrá en un solo dígito, alrededor del 9%, pero el empleo informal representa alrededor del 55% del mercado laboral. ANIF advirtió que la reducción paulatina de la jornada laboral tras la aprobación de las reformas laborales de este año ha encarecido el tiempo de trabajo; Un aumento significativo de los límites mínimos ha elevado las barreras a la formalización, lo que ha llevado a las empresas a informalizarse. Los sectores intensivos en mano de obra y dependientes de la demanda, como el comercio, el alojamiento y la alimentación, son los más vulnerables a las crisis de costos.

El decreto es bien recibido por los trabajadores, pero los mercados y el Banco de la República lo interpretarán con cautela. Un salario mínimo alto hoy podría provocar una inflación más alta mañana. La pregunta es si el país cafetalero puede mantener un equilibrio entre el bienestar inmediato y la estabilidad macroeconómica en un momento en que cada aumento de punto porcentual desafía la política monetaria, la disciplina fiscal y la credibilidad económica del país.

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