Ya no puede mover brazos ni piernas, mira al techo y piensa: Déjame morir. Doce semanas después, Bram Kamphuis (43), de Diepenveen, está sentado erguido en su silla de ruedas en la clínica de rehabilitación. Sus ojos brillan con fuerza vital. “Si me preguntas si soy feliz, la respuesta es un rotundo sí.
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