La terrible tragedia de Bondi hace dos semanas plantea una vez más uno de los mayores desafíos que enfrentan los no creyentes de las tres confesiones monoteístas: la llamada cuestión de la teodicea.
Es decir, si Dios es todopoderoso y todo bien, ¿cómo puede permitir el sufrimiento, no sólo en los acontecimientos importantes, sino en cada vida?
La masacre de Bondi planteó cuestiones teológicas sobre el mal y evocó lo mejor de las cualidades humanas en las acciones de quienes respondieron. Crédito: Janie Barrett
El hecho es que no existe una respuesta global a esta pregunta, ni una verdad simple. Los cristianos ofrecen muchas defensas, pero en última instancia todas se quedan cortas, por la sencilla razón de que Dios es infinito y nosotros no.
No podemos comprender todas sus intenciones, como lo expresa el profeta Isaías: “Porque como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.
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Un punto obvio es que al darle a los humanos libre albedrío, Dios ha permitido la certeza de que a veces seremos crueles, insensibles, explotadores y lidiaremos con toda una serie de fallas humanas. Esto fue evidente en la devastadora masacre de Bondi.
Entiendo y comparto el disgusto por la creciente ola de antisemitismo: para los manifestantes que piden una “globalización de la Intifada”, Bondi es exactamente lo que parece. Algunas de las mejores cualidades humanas de coraje y compasión también fueron evidentes, como se muestra en las reacciones de la gente.
El sufrimiento no es nuevo; es tan antiguo como la humanidad y tan constante como el sol. El pueblo de Dios a menudo pregunta acerca de su sufrimiento en la Biblia, especialmente en el libro de Job del Antiguo Testamento. Y el Salmo 42 dice: “Mis lágrimas fueron mi alimento día y noche, mientras todo el día me decían: ‘¿Dónde está tu Dios?'”
De hecho, la lamentación es un tema importante en toda la Biblia, tanto en las Escrituras Hebreas (Antiguo Testamento) como en el Nuevo Testamento. La gente clama a Dios por su miedo y necesidad, por quién es Él y lo que ha prometido. Pero sus protestas son también un acto de fe, una expresión de confianza en Dios.